jueves, 31 de octubre de 2013

The Walking Dead - La caída del Gobernador - Parte 1


Bueno, pues ya tenemos fecha de lanzamiento de la tercera de las novelas de The Walking Dead inspiradas en el Gobernador. Será el 12 de noviembre el precio que tendremos que pagar por las 352 páginas de la edición en rústica sin solapas será de 18,95 euros.

Como ya indicaba hace unos meses en una entrada tenía mis dudas de que este fuera el último libro de la saga en vista de que se vendían bien. Pues sí, como podéis ver en la portada del libro pone Parte 1, eso quiere decir que, evidentemente, habrá una parte 2.

Esa parte dos, parece ser que saldrá a la venta en marzo. Es este un nuevo ejemplo de cómo, lo único que buscan las editoriales, tiendas, etc es sacarnos la pasta sin ningún tipo de rubor. Para ser justos con timunmas esto no es cosa de ellos si no que viene así desde Estados Unidos. Supongo que el amigo Robert Kirkman para criarse tan lucido y tan orondo como se le ve necesita de todos los dineros que nos pueda sacar.

una portada diferente, la de la versión kindle

En fin, es lo que hay, sigo los cómics desde hace años y no voy a dejar, a estas alturas, de comprarme ni los cómics ni tampoco estos libros. Pero vamos, para la serie de TV, si en algún momento se me pasó por la cabeza, que no cuenten conmigo para hacerme con los DVD.

Libros leídos 2013 - 61 - Rascacielos - J.G.Ballard

- Libros 1 al 10
- Libros 11 al 20
- Libros 21 al 30
- Libros 31 al 40
- Libros 41 al 50
- Libros 51 al 60
- 61 - Rascacielos - J.G.Ballard


"Más tarde, mientras estaba sentado en el balcón, comiéndose el perro, el doctor Robert Laing recordó otra vez los hechos insólitos que habían ocurrido en este enorme edificio de apartamentos en los tres últimos meses."
 
Con esta demoledora frase comienza Rascielos, una novela escrita en 1975 por J.G.Ballard.Nunca he conseguido conectar con Ballard, pero lo cierto es que tiene un algo que me hace que acabe volviendo a leerme algunos de sus libros.
 
En Rascacielos asistimos a la degradación de los habitantes de un enorme y selecto edificio de cuarenta pisos y mil apartamento. Todos ellos son gentes normales: cultas, preparadas y de profesiones liberales, que, agrupados en pequeños clanes se enfrentarán en una psicótica guerra sin cuartel entre los distintos pisos del rascacielos.
 
Incapaces de salir del edificio por alguna paranoica e intangible razón, acabarán viviendo y muriendo como naúfragos o supervientes en un mundo postapocalíptico ya que no tienen alimento, agua y, casi, ni tan siquiera una razón para vivir.
 
"Wilder sabía que nunca volverían a marcharse. La separación entre el rascacielos y el mundo exterior era ahora casi total, y quizá culminase cuando él llegara a la cima."

"Eran sin duda los primeros en dominar uno de los nuevos modos de vida de la segunda mitad del siglo veinte. Parecían prosperar mediante un rápido cambio de amistades, una continua falta de lealtad hacia los demás y unas vidas que se bastaban por completo a sí mismas y nunca eran decepcionantes porque no necesitaban nada."
 
Ballard retrata perfectamente un grupo de personas que, pese a los cuarenta años transcurridos desde que se escribió esta novela, bien podría ser actual. Una sociedad en la que nos polarizamos cada vez más, respetando sólo a los más cercanos y en última instancia ejerciendo un individualismo a ultranza. Considerando al resto de las personas como enemigos a los que sería mejor exterminar (no hay más que escuchar a según qué grupos radicales que cada vez tienen más fuerza).
 
Lo cierto es que Ballard hace un gran trabajo mostrándonos, a través de varios residentes del rascacielos, como Richard Wilder, el diseñador del rascacielos Anthony Royal o el Doctor Laing, la degradación y alienación tanto a nivel individual como colectivo que pueden ir sufriendo las personas.
 
Rascacielos te deja un regusto amargo por la desolación y falta de esperanza del mensaje que trasmite, pero es, sin duda, una título imprescindible a la altura de novelas como El señor de las moscas.

miércoles, 30 de octubre de 2013

Libros leídos 2013 - 60 - Voraz - Fermín Moreno

- Libros 1 al 10
- Libros 11 al 20
- Libros 21 al 30
- Libros 31 al 40
- Libros 41 al 50
- 51 - Deseo de ser punk - Belén Gopegui
- 52 - La última mujer de Australia - Francisco Villarrubia
- 53 - 30 días de noche - Rumores de los no muertos 1 - Steve Niles y Jeff Mariotte
- 54 - La luz del diablo - Roberto Malo
- 55 - La niña que amaba las cerillas - Gaétan Soucy
- 56 - El arte sombrío - Juan De Dios Garduño
- 57 - Zona catastrófica - Antonio Sánchez Vázquez
- 58 - Despiértame para verte morir - Miguel Aguerralde
- 59 - Los años de peregrinacion del chico sin color - Haruki Murakami
- 60 - Voraz - Fermín Moreno


Aunque Voraz, escrita por el zaragozano Fermín Moreno, sea una novela publicada dentro de la Línea Z de la Editorial Dolmen, no nos encontramos ante una novela de muertos vivientes al uso. Los zombis, en realidad, son algo necesario para el desarrollo de la novela, pero no dejan de ser menos accesorios. Es ésta, sin duda, la menos convencional de todas las novelas Z que he leído, que han sido unas cuantas.

La narración comienza situada en el año 2020, en la Facultad de Veterinaria de Zaragoza, a unos cientos de metros de la casa de mis padres. La tierra está sufriendo una glaciación y además sufre una plaga de zombis. No sabemos el motivo de la plaga ni nos interesa. Un equipo investigador al mando del Dr. Usieto intenta encontrar una vacuna que evite que las personas que son mordidas se infecten.

Los experimentos que allí realiza provocarán el nacimiento de una nueva raza de seres: Las voraces, todas ellas de sexo femenino. Humanas en su aspecto exterior, inmunes a la infección, de gran fortaleza física, lo que les permite sobrevivir a las duras condiciones climatológicas, pero que necesitan carne humana para sobrevivir.

Facultad de Veterinaria de Zaragoza, allí empezó todo

A lo largo de las diferentes partes de la novela, hiladas todas ellas entre sí de una u otra forma, iremos asistiendo a distintos escenarios, evolucionando en el tiempo, en los que el instinto de supervivencia y continuidad de la raza provocan que el encontrar comida y la posibilidad de reproducirse, unido a los más bajos instintos del ser humano,  sean los objetivos principales de los distintos e implacables seres vivos que conoceremos.

Esto provoca que la novela tenga escenas muy crueles y crudas, tanto de violencia como de sexo muy explícito descrito sin complejos ni tabúes. En este aspecto la novela puede llegar a no agradar a algunas personas. A mi, pese a la apoteosis de sexo que narra no me ha resultado ni soez ni repetitiva.

El que esta novela esté ambientada por toda la ribera del Ebro cercana a Zaragoza, e incluso en las tierras del Moncayo, es algo que me ha gustado especialmente. La novela está muy bien escrita, tiene un gran realismo y, aunque haya zombis, en realidad son un elemento secundario. Los importantes son los escasos supervivientes humanos y lo que son capaces de hacer para alimentarse y sobrevivir,  la capacidad de mimetizarse con los errantes y, en especial, los personajes de las Voraces. Unas mujeres increíbles por su sexualidad y su crueldad.

Trasmoz, cuna de brujas y lugar de inspiración de Bécquer, con su  castillo en lo alto del pueblo y el Moncayo al fondo
 
No conocía a Fermín Moreno, pero me ha parecido un buen escritor, capaz de contar una historia cruda y sin concesiones, Narración difícil de efectuar sin caer en temas burdos, pero que ha sabido resolver con gran oficio contando, al mismo tiempo, una historia que hace que, como lector, no puedas dejar de pasar una nueva página.

lunes, 28 de octubre de 2013

Libros leídos 2013 - 59 - Los años de peregrinacion del chico sin color - Haruki Murakami

- Libros 1 al 10
- Libros 11 al 20
- Libros 21 al 30
- Libros 31 al 40
- Libros 41 al 50
- 51 - Deseo de ser punk - Belén Gopegui
- 52 - La última mujer de Australia - Francisco Villarrubia
- 53 - 30 días de noche - Rumores de los no muertos 1 - Steve Niles y Jeff Mariotte
- 54 - La luz del diablo - Roberto Malo
- 55 - La niña que amaba las cerillas - Gaétan Soucy
- 56 - El arte sombrío - Juan De Dios Garduño
- 57 - Zona catastrófica - Antonio Sánchez Vázquez
- 58 - Despiértame para verte morir - Miguel Aguerralde
- 59 - Los años de peregrinacion del chico sin color - Haruki Murakami


Murakami nos narra el viaje introspectivo y físico que hace su protagonista Tsukuru Tazaki, un arquitecto de 36 años, que regresa a Nagoya para reencontrarse con sus amigos de toda la vida con los que rompió años atrás sus lazos para ir a la universidad a estudiar. Esos amigos tienen una característica común: sus apellidos simbolizan un color, y Tsukuro es el único «descolorido» del grupo. Y aquí entra en juego el simbolismo del mundo de Murakami, creando a un personaje solitario y diferente del resto del mundo. 

No voy a reseñar esta novela, he copiado su sinopsis y ya está. Nunca se qué decir de Murakami, sus libros son todos ellos parecidos entre sí, pero diferentes al mismo tiempo. Como en todos sus trabajos anteriores sabe cautivar al lector desde las primeras páginas y hacer que te sumerjas en su narración como si siempre hubieras estado ahí.

A su protagoniesta, Tsukuru le fascinan las estaciones de tren, a mi también me gustan. Tsukuru es un tipo que, al menos a mí, me ha caído bien desde la primera línea. Una persona con mala suerte, a la que obligan a estar sola.

 muñeca japonesa de principios del siglo XX, recuerda a Shiro, uno de los personajes de la novela

Me ha parecido una novela que nos cuenta una historia y nos presenta unos personajes mucho más reales, más tangibles que en otros de sus títulos. Incluso la forma de presentarlos o de hablar de ellos es más "convencional", más cercana al pensamiento filosófico (muy citado en esta obra) que a lo onírico. Esto no es óbice para que siga teniendo la misma frescura y fluidez habituales. Lo puedes pintar de verde y ponerle plumas, pero debajo siempre estará Murakami. De hecho creo que es la mejor de las once novelas de Murakami que he leído.

Esta novela me ha producido una sensación semejante a las que me produjo Joyland o 22/11/63 de Stephen King. Dos grandes escritores que, bien adentrados en la década de los sesenta,  han alcanzado un tono y un equilibrio tal que les hace ser aún mejores escritores y escribir a un nivel increíble.

En fin, a los que ya conocéis a Murakami creo que no hay mucho que explicaros, y a los que no lo conoceís, solo deciros que no os arrepentireis de leerle.

portada de la edición japonesa de Shikisai wo Motanai Tazaki Tsukuru to, Kare no Junrei no Toshi

Y por último estos son algunos fragmentos que me han llamado especialmente la atención:

"—Los objetivos concretos simplifican la vida —sentenció Sara."

"—¿No hiciste ninguna amistad en Tokio?
—No sé por qué, pero no, no conseguí hacer amigos —dijo Tsukuru—. Nunca he sido demasiado sociable. Pero tampoco es que me encerrara en casa. Era la primera vez que vivía solo y tenía toda la libertad del mundo para hacer lo que quisiera. Fueron días bastante entretenidos. En Tokio las líneas de ferrocarril se extienden como una malla por toda la ciudad, hay infinitas estaciones y yo me pasaba horas visitándolas. Estudiaba su estructura, dibujaba croquis, anotaba todo lo que me llamaba la atención."

Estación de Shinjuku, la más grande del mundo, orden dentro del caos

"—Mi padre es profesor de filosofía en una universidad pública de Akita —dijo Haida—. A él también le gusta el pensamiento abstracto. Siempre escucha música clásica y anda enfrascado en la lectura de libros que nadie lee. Lo suyo no es hacer dinero, y la mayor parte de lo que gana se lo gasta en libros y discos. Apenas piensa en el hogar o en los ahorros. Siempre tiene la cabeza en otra parte, lejos de la realidad. Si pude venir a Tokio fue porque conseguí entrar en una universidad no muy cara y la residencia no me cuesta demasiado."

"Ése es mi principal problema: que no consigo alzar un muro que separe lo objetivo de lo subjetivo."

"Tsukuru seguía buscando qué podía decirle. En silencio, miró hacia el lago, en la misma dirección que ella. Sólo días después, cuando ya había subido al avión que lo llevaba a Narita y se había abrochado el cinturón, le vinieron a la mente las palabras que debió haber dicho. Por algún motivo, las palabras adecuadas siempre llegan demasiado tarde."

Body Shots

 


Desde que en la Expocon de Zaragoza asistí a la presentación de Body Shots supe que tenía que hacerme con él. Su creador, el genial ilustrador Daniel Expósito, dijo, entre bromas, que le gustaban las tías y los zombis, y que este trabajo era un compendio de ambos. Lo cierto es que, al menos en esto, Daniel y yo tenemos gustos muy parecidos.

Las ilustraciones de Daniel Expósito, montadas sobre fotografías, van acompañadas de unos textos escritos por algunos de los escritores del género de terror/suspense/ciencia ficción del momento como Juan de Dios Garduño, Víctor Blázquez, Pepa Mayo o J.E. Alamo.

Son las imágenes el origen de los relatos, y juntos conforman un libro de lo más atractivo e interesante, ideal para la gente que nos gusta tanto el mundo del cómic y el dibujo como el de los libros.

Hay disponibles dos ediciones de Body Shots, por un lado el libro sólo y por otro lado una edición especial que incluye el libro, camiseta, un boli y un DVD con el making of. Yo me he comprado solo el libro, pero no ha sido por falta de ganas de comprarme la edición especial, ya que tiene una pinta estupenda y un precio razonable.

En fin, en unos días espero reseñar Body Shots, pero por lo que he ido hojeando tiene una pinta espectacular.

Barón Rojo



Hale, para empezar el lunes con energía, un tema de cuando era un crío.
¡¡¡ Feliz semana!!!

viernes, 25 de octubre de 2013

De cazuelas y guisos


Me gusta cocinar, más por devoción y menos por obligación. Para el día a día, esa comida que preparas por la noche para el día siguiente, siempre he preferido platos más sencillos: verdura, pasta, algo al horno y una ensalada o algo a la plancha.

Supongo que tiene que ver con el aburrimiento por hacer "siempre" lo mismo, pero el caso es que este otoño me está dando por buscar recetas y empezar a hacer guisos, platos más elaborados  y comida más de la abuela a diario. De momento entre alguna receta de internet y mi imaginación estoy saliendo bien del paso, lo malo es que todas estas comidas te piden pan, y vamos a acabar un poco cebones XD

¡¡¡Feliz finde!!!



Libros leídos 2013 - 58 - Despiértame para verte morir - Miguel Aguerralde

- Libros 1 al 10
- Libros 11 al 20
- Libros 21 al 30
- Libros 31 al 40
- Libros 41 al 50
- 51 - Deseo de ser punk - Belén Gopegui
- 52 - La última mujer de Australia - Francisco Villarrubia
- 53 - 30 días de noche - Rumores de los no muertos 1 - Steve Niles y Jeff Mariotte
- 54 - La luz del diablo - Roberto Malo
- 55 - La niña que amaba las cerillas - Gaétan Soucy
- 56 - El arte sombrío - Juan De Dios Garduño
- 57 - Zona catastrófica - Antonio Sánchez Vázquez
- 58 - Despiértame para verte morir - Miguel Aguerralde



Dicen que hay gente que vive de su pasado. Yo llevo dos años haciéndolo. Exactamente desde el día en que envié a Chino a la silla eléctrica. Mi nombre es Marcus Crane y era abogado, hoy se cumplen dos años desde que ya no lo soy.

Despiértame para verte morir es una sobrenatural historia de venganza, por parte del sádico asesino de la niña Penny Lane, contra el fiscal que lo condenó a muerte y todas aquellas personas que le rodean. Gregory Peck y Robert Mitchum llevados a un particular y aterrador Cabo del miedo creado por Miguel Aguerralde.

Es esta una historia que cabalga entre la novela negra y el género de terror. Toda la acción pivota sobre el protagonista: Marcus Crane y lo cierto es que no he conseguido conectar con su personaje casi en ningún momento a lo largo de la narración.



"No conseguí arrancarme el miedo de encima, así que me levanté y me dediqué a pasear por la casa como un psicótico, escondido bajo una manta y dando vueltas sin sentido, de la cama a la cocina, del salón a la ventana. Un día más la lluvia torturaba las cristaleras y se dejaba caer como un velo de seda sobre la ciudad. ¿Por qué aquellas visiones? ¿Qué demonios significaban? ¿Por qué ahora?"

Es posible también que esta regular sensación mía venga de que no soy muy aficionado a este tipo de terror, y lo cierto es que esta novela, al estar narrada en primera persona y con muy pocos personajes y diálogos, se me ha hecho un tanto pesada. Ya que me cansaba de las obsesivas y continuas pesadillas y visiones que sostienen los "encuentros" entre Marcus Crane y Ricardo Santoro "el Chino".

Esperaba algo más de investigación criminal, o paranormal, y un poco menos de peso en la narración sobre el agobio psicológico que sufre el protagonista. Presión sobre Marcus Crane que, no obstante, está perfectamente descrita.

No voy a extenderme más. Por terminar, y a modo de resumen, no me ha parecido una mala novela, ni que esté mal escrita, es sólo que me ha contado una historia que no me ha termidado de gustar. Espero, no obstante, repetir con Miguel Aguerralde con Caminarán sobre la tierra.

jueves, 24 de octubre de 2013

Libros leídos 2013 - 57 - Zona catastrófica - Antonio Sánchez Vázquez

- Libros 1 al 10
- Libros 11 al 20
- Libros 21 al 30
- Libros 31 al 40
- Libros 41 al 50
- 51 - Deseo de ser punk - Belén Gopegui
- 52 - La última mujer de Australia - Francisco Villarrubia
- 53 - 30 días de noche - Rumores de los no muertos 1 - Steve Niles y Jeff Mariotte
- 54 - La luz del diablo - Roberto Malo
- 55 - La niña que amaba las cerillas - Gaétan Soucy
- 56 - El arte sombrío - Juan De Dios Garduño
- 57 - Zona catastrófica - Antonio Sánchez Vázquez


Conocí el otro día a Antonio Sánchez Vázquez en la Expocon de Zaragoza. Me pareció un tipo tranquilo y afable en las pocas palabras que cruce con él, algo que se desprende también de las video reseñas que realiza.

En su dedicatoria me escribió que esperaba que me gustase su libro y que leería con gusto mi reseña. El primer punto cumplido, he leído su libro y me ha gustado. En el segundo punto estamos ahora mismo ;)

Zona catastrófica es una novela del género Z publicada por la Editorial Universo. Ese ritmo pausado, agradable que tiene su autor se traslada a la novela. Eso  hace que tenga casi quinientas páginas, aunque en ningún momento se hace pesada. Antonio Sánchez escribe bien, me gusta el vocabulario que utiliza y la forma de escribir las frases y párrafos. En ese sentido la novela está bien estructurada  y se apoya sobre una historia interesante.

Nos situamos en la localidad sevillana de Pozuelo de los Arroyos, de unos 6.000 habitantes. El pueblo se verá aislado por unas fuertes tormentas e inundaciones. Allí conoceremos a varios personajes, un par de guardia civiles, una médico del centro de salud, el cura, un equipo de televisión y algún que otro vecino.




La tranquila vida del pueblo se verá afectada no sólo por la inundación, si no por la aparíción de una extraña infección que transforma a los habitantes en muertos vivientes. La ratonera en la que se convertirá el pueblo a lo largo de tres días y los intentos desesperados de sobrevivir de los protagonistas conforman el argumento principal de la novela.

No es esta una historia especialmente original, ya la hemos visto en otras novelas de zombis, pero sí que tiene algunos aspectos (que no voy a desvelar) que la hacen particularmente interesante, especialmente en toda su parte final.

He echado en falta una mejor resolución  a temas como la actitud poco creíble, tanto de Francisca como Miguel y Emilio, al no llamar a nadie al principio de la novela, así como a la explicación del virus, que es plausible pero que no acabo de ver situada en un pueblo de la campiña andaluza.

En cualquier caso esta apreción mía bastante personal no afecta a mi opinión global sobre la novela. Creo que Antonio Sánchez es un buen escritor, que tiene dentro buenas historias y capacidad de contarlas, y  cada vez mejor, y Zona catastrófica es una buena muestra de ello, ya que se trata de una novela con la que pasaréis un grato rato de lectura y os llevaréis más de una sorpresa.

Por la educación, por el futuro.


Bueno, mis dos hijos no van hoy al cole. se adhieren en favor de la huelga. Para nosotros es un perjuicio, ellos pierden clase, tienen el comedor y las extraescolares pagadas, hay que organizarse para ocuparse de ellos en un día laboral.

Pero bueno, son pequeñas molestias que merece la pena pasar por cumplir el objetivo de protestar por lo que uno cree injusto.

Es injusto que nos quiten la auxiliar de infantil en el cole, donde hay niños con dos años que todavía se pueden hacer pis encima, es injusto lo que sucede con las bajas de profesores, con los precios de los menús y los libros, con los ratios de alumnos, con los recortes en general.

Pero tambén es injusto porque se le da más peso a la religión católica que a la filosofía, por ejemplo, o porque todos estos recursos que se detraen de la enseñanza pública se vayan a empresas privadas que, en algunos casos, hasta segregan a los alumnos por sexo como en colegios del OPUS.

En fin, algo malo tendrá la LOMCE y el ministro Wert cuando han conseguido poner de acuerdo por primera vez en la democracia a todos los sindicatos de la enseñanza, multitud de asociaciones de padres y alumnos, rectores de la universidad, etc en contra de esta ley.


En vista de las noticias que salen publicadas en los medios nacionales, en las que solo sacan barricadas y piquetes de jóvenes estudiantes anarquistas en Madrid,  me autoedito y subo esta imagen de Heraldo de Aragón en la que se ve que detrás de esta protesta hay mucho más que alguna que otra bronca callejera. Si yo no estuviera hoy trabajando habría estado en la manifestación de esta mañana. Con gente como esa, detras de una pancarta similar pero con el nombre del colegio público de mis hijos.

miércoles, 23 de octubre de 2013

Conversaciones de ascensor


- ¡Buenos días!, ¿Qué piso?
- Mi pie... No, jejeje, al último por favor.
- ...
- ...
- ¿Qué tiempo más raro verdad?
- Pues sí, venir en mangas de camisa a trabajar a finales de octubre no es ni medio normal.
- Si es que el tiempo está loco.
- ¡Será el cambio climático!
- Eso será. Bueno, ya hemos llegado a mi piso. ¡A pasar buen día!
- ¡Hasta luego!

martes, 22 de octubre de 2013

The Walking Dead - Cuarta temporada - 30 Days Without an Accident


Bueno, hace ya un tiempo que dejé de hacerlo y no tengo intención de ir comentando cada capítulo de esta cuarta temporada. Básicamente porque los voy viendo cuando puedo, y prefiero ir poniendo mis impresiones generales de vez en cuando a ir haciendo reseñas a deshora.

Ayer nos vimos el primer capítulo de esta cuarta temporada (esta noche espero que caiga el segundo). Lo cierto es que el reunir a nuestro grupo de supervivientes con los de Woodbury en la cárcel, junto con otros que se irán incorporando, hace que la serie se separe del cómic de una vez por todasa.

Los que seguimos el cómic ya no tenemos ninguna referencia válida en la serie, esto no es ni mejor ni peor, disfruto con ambos productos por separado.

 mira que hay gente rara por el bosque, y no lo digo sólo por la de detrás

Cuando empecé anoche a ver el capítulo y vi a los supervivientes felices, casi de camping, y a  Rick cultivando patatas y tomates me llevé un pequeño susto. Pero no, esta temporada tiene poco de granja,  y mucho más de pelea.

La escena del centro comercial es una pasada, así como el encuentro de Rick en el bosque. Carol, un personaje que ha pasado con más pena que gloria, parece que está sacando todo lo que lleva dentro. La escena de ella con los niños me gustó especialmente. Y por últmo el capítulo terminó con un cliffhanger brutal que abre un montón de posibilidades sobre, entre otras cosas,  las formas de contagio, con esos ojos brillantes tan perturbadores.

Vamos, que mentiría si os dijera que no estoy deseando que llegue esta noche para ver el siguiente capítulo.

domingo, 20 de octubre de 2013

Metallica - Wherever I May Roam (S&M)




Llevo unos cuantos días escuchando S&M , el LP que grabó Metallica con la Orquesta Sinfónica de San Francisco en 1999. En su momento no le hice mucho caso, pero lo cierto es que no les quedó nada mal.

Por cierto, qué bien sienta, de vez en cuando, pegarse un fin de semana sin hacer nada y sin salir casi de casa ;)

miércoles, 16 de octubre de 2013

El piso de cristal - Stephen King


El piso de cristal (The Glass Floor) es el primer relato que Stephen King consiguió vender a una revista. 35 dólares del año 1967 le pagaron por él. Es un relato victoriano, que recuerda a Poe, con una mansión en la que se produjo un luctusoso suceso. Es un relato que, en palabras del propio King no está mal. Creo que no está publicado en castellano en ningún sitio, aunque circula por ahí una traducción.

Yo tengo una copia de él, traducida al castellano, que no sé muy bien cómo llegó a mi poder. El caso es que, al tratarse de una rareza,  me apetece compartirlo aquí:


EL PISO DE CRISTAL

 

INTRODUCCIÓN

 

En la novela Deliverance de James Dickey, hay una escena en la que un campesino que vive en el quinto pino se golpea una mano con una herramienta mientras repara su auto. Uno de los hombres de la ciudad, quienes andan buscando a un par de tipos que les conduzcan sus coches río abajo, le pregunta a este colega, de nombre Griner, si se lastimó mucho. Griner se mira la mano ensangrentada y luego murmura: «Naá; no es tan malo como pensaba».

De esa manera me sentí luego de releer El Piso de Cristal, la primera historia que por fin me reportó un dinero, tras todos aquellos años. Darrell Schweitzer, el editor de Weird Tales, me ofreció introducir algunos cambios si lo deseaba, pero decidí que seguramente no sería una buena idea. Salvo por dos o tres palabras cambiadas y por el agregado de un párrafo interrumpido (que probablemente fuera un error tipográfico en primer lugar), he dejado el cuento tal cual era. Si empezaba a hacer cambios, el resultado final sería una historia completamente distinta.

El Piso de Cristal fue escrito, si la memoria no me falla, en el verano de 1967, cuando me encontraba a unos dos meses de mi vigésimo cumpleaños. Durante casi dos años había estado intentando venderle una historia a Robert A. W. Lowndes, quien editaba dos revistas de horror y fantasía para Health Knowledge (The Magazine of Horror y Startling Mystery Stories), como así también una recopilación inmensamente más popular llamada Sexology. Ya me había rechazado varios relatos amablemente (uno de ellos, apenas mejor que El Piso de Cristal, se terminó  publicando en The Magazine of Fantasy and Science Fiction bajo el título de La Noche del Tigre), pero me lo aceptó luego de tanto ofrecérselo. Aquel primer cheque fue por treinta y cinco dólares. He cobrado algunos más abultados desde entonces, pero ninguno me produjo una mayor satisfacción; ¡por fin alguien me había pagado un dinero real por algo que había sacado de mi cabeza!

Las primeras páginas del relato son torpes y están mal escritas —se nota que son el producto de la mente de un narrador de historias que aún está por desarrollarse—, pero la última parte es mejor de lo que recordaba; se produce una genuina sensación de terror cuando el señor Wharton descubre que lo están esperando en la Habitación Oriental. Supongo que ésa es al menos parte de la razón por la que acepté que este poco notable trabajo fuera reimpreso luego de tantos años. Y al menos se advierte una señal del esfuerzo por crear personajes que sean algo más que figuras de papel pintado; Wharton y Reynard son antagonistas, pero no son ni «el muchacho bueno» ni «el muchacho malo». El auténtico villano se encuentra tras esa puerta enyesada. Y además puedo notar un curioso eco de El Piso de Cristal en un muy reciente trabajo titulado El Policía de la Biblioteca. Éste último, una novela corta, se publicará este otoño como parte de una colección de novelas cortas llamada Cuatro Después de la Medianoche, y pienso que si lo lees, llegarás a entender lo que quiero decir. Fue fascinante descubrir que la misma imagen me estuvo rondando durante todo este tiempo.

Pero principalmente estoy permitiendo que la historia sea reeditada para enviarles un mensaje a los jóvenes escritores que ahora mismo están allí afuera, intentando ser publicados, coleccionando cartas de rechazo de revistas tales como F&SF, Midnight Graffiti y, por supuesto, Weird Tales, que es la abuelita de todas ellas. El mensaje es muy simple: puedes aprender, puedes mejorar, y puedes publicar.

Si esa pequeña chispa está allí, es muy probable que alguien la advierta, tarde o temprano, destellando débilmente en la oscuridad. Y si la mantienes encendida puede llegar a convertirse en un fuego grande y resplandeciente. Me pasó a mí, y comenzó con este cuento.

Recuerdo el momento en que se me ocurrió la idea para el relato; apareció como suelen hacerlo las ideas: de casualidad, sin aviso de trompetas. Iba caminando por un sendero embarrado para ver a un amigo y por ningún motivo en especial comencé a preguntarme cómo sería estar de pie en un cuarto con el suelo de espejo. La imagen fue tan intrigante que escribir la historia se convirtió en una necesidad. No fue escrita por dinero: fue escrita para que yo pudiera averiguarlo. Claro que no lo hice tan bien como lo hubiera deseado; todavía hay una diferencia entre lo que espero llevar a cabo y lo que realmente soy capaz de hacer. No obstante, lo dejé atrás con dos cosas valiosas: una historia vendible tras cinco años de cartas de rechazo, y algo de experiencia. De modo que aquí está y, como dice aquel colega Griner en la novela de Dickens, no es tan malo como pensaba.

 
Stephen King 

 

Estraído de Weird Tales, otoño de 1990
 

Wharton subió los amplios escalones con lentitud, sombrero en mano, estirando el cuello para poder abarcar mejor la monstruosidad victoriana en la que había muerto su hermana. No se trata de una casa, en lo absoluto, reflexionó, sino de un mausoleo; un enorme y gigantesco mausoleo. Parecía crecer en la cima de la colina como un hongo venenoso, corrupto y sobredimensionado, repleto de gabletes y cúpulas festoneadas con ventanas vacías. Una veleta de latón se inclinaba a unos ochenta grados por sobre un tembloroso tejado cubierto de ripio, con la empañada efigie de un chiquillo que lo vigilaba apantallándose los ojos con una mano. Wharton se alegró de no alcanzar a distinguirlos.

Entonces llegó al porche y todo el conjunto de la casa desapareció de su vista. Tocó la anticuada campanilla, escuchándola repetirse huecamente entre los oscuros recovecos internos de la casa. Había una ventanilla matizada de rosa sobre la puerta, y Wharton apenas pudo reconocer el año 1770 biselado en el vidrio. Una tumba estaría bien, pensó. 

La puerta se entreabrió de repente.

—¿Sí, señor? —El ama de llaves lo miró con fijeza. Era vieja, horrorosamente vieja. La cara le colgaba desde el cráneo como una masa fláccida, y la mano que apoyaba sobre la cadena de la puerta estaba grotescamente deformada por la artritis.

—He venido a ver a Anthony Reynard —dijo Wharton. Casi hasta imaginó que podía oler cómo el dulzón olor de la decadencia emanaba del vestido de arrugada seda negra que ella llevaba.

—El señor Reynard no está para nadie. Está de duelo.

—Él me atenderá —aseguró Wharton—. Soy Charles Wharton. El hermano de Janine.

—Oh. —Sus ojos se ensancharon un poco, y la floja inclinación de su boca le empezó a trabajar sobre las encías desnudas—. Un minuto. —La mujer desapareció, dejando la puerta entreabierta.

Wharton espió las oscuras sombras caoba que le deban forma a unas sillas comunes de respaldo alto, a unos divanes cola de caballo tapizados, a altos y angostos estantes de biblioteca, y a paneles de madera esculpidos con motivos floridos. 

Janine, pensó él. Janine, Janine, Janine. ¿Cómo pudiste vivir aquí? ¿Cómo rayos pudiste resistirlo?

Una alta figura de hombros vencidos se materializó de repente desde la oscuridad, con la cabeza proyectada hacia adelante, de ojos abatidos y profundamente hundidos. 

Anthony Reynard extendió una mano y desenganchó la cadena de la puerta.

—Adelante, señor Wharton —dijo lentamente.

Wharton se introdujo en la vaga semioscuridad de la casa, estudiando con curiosidad al hombre que se había casado con su hermana. Bajo las cuencas de los ojos tenía unos anillos azules que parecían contusiones. El traje que llevaba se veía arrugado y le colgaba flojo, como si hubiera perdido mucho peso. Parece cansado, pensó Wharton. Viejo y cansado. 

—¿Mi hermana ya recibió sepultura? —preguntó Wharton. 

—Sí. —Cerró la puerta con lentitud, encerrando a Wharton en la decadente oscuridad de la casa—. Mi más sincero pésame, señor Wharton. Quise muchísimo a su hermana. —Hizo un gesto vago—. Lo siento.

Pareció querer agregar algo más, pero cerró la boca con un brusco chasquido. Resultó obvio que cuando volvió a hablar se estaba callando lo que fuera que estuvo a punto de decir.

—¿Quiere tomar asiento? Estoy seguro de que tendrá algunas preguntas.

—Así es. —Por alguna razón lo dijo de una manera mucho más lacónica de lo que hubiera preferido.

Reynard suspiró y asintió con lentitud. Lo condujo hasta el fondo de la sala y le señaló una silla. Wharton se hundió profundamente en ella, que pareció engullirlo en lugar de sostenerlo. Reynard se sentó junto a la chimenea, poniéndose a buscar los cigarrillos. Le ofreció uno a Wharton sin decir una palabra, y éste negó con la cabeza.

Aguardó hasta que Reynard encendiera su cigarrillo y luego le preguntó:

—¿Cómo falleció? Su carta no explicaba gran cosa. 

Reynard apagó el fósforo y lo tiró en el hogar. Aterrizó sobre una de las carboneras de hierro, una gárgola cincelada que observó a Wharton con mirada de sapo. 

—Se cayó —contó—. Estaba limpiando uno de los cuartos que se encuentran del lado de los aleros. Teníamos pensado pintar, y ella creía que lo mejor sería desempolvarlos bien antes de comenzar a hacerlo. Estaba usando la escalera de mano. Se resbaló. Se rompió el cuello. —Cuando tragó le sonó un chasquido en la garganta.

—¿Murió... en seguida? 

—Sí. —Inclinó la cabeza y se puso una mano sobre la frente—. Yo me desesperé.

La gárgola lo miraba de soslayo, acurrucada y encogida, con la cabeza cenicienta. La boca se le torcía hacia arriba en una mueca rara, alegre, y sus ojos parecían volverse hacia adentro, hacia algún chiste privado. Wharton dejó de mirarla con cierto esfuerzo.

—Quiero ver donde ocurrió. 

Reynard apagó su cigarrillo, fumado a medias.

—No puede hacerlo. 

—Temo que sí —contradijo Wharton con frialdad—. Después de todo, ella era mi...

—No es por eso —lo interrumpió Reynard—. La habitación ha sido clausurada. Tendría que haberse hecho mucho tiempo atrás. 

—Si se trata simplemente de algunas tablas sobre la puerta... 

—Usted no comprende. La habitación se ha entablado por completo. Desde el exterior no se advierte otra cosa que la pared.

Wharton sintió que su mirada era atraída inexorablemente por la carbonera. Maldita cosa, ¿por qué diablos se estaría riendo tanto? 

—Eso no me importa. Necesito ver ese cuarto. 

Reynard se puso de pie de repente, alzándose sobre él.

—Imposible. 

Wharton también se levantó.

—Estoy empezando a preguntarme si no tendrá algo escondido allí dentro —dijo tranquilamente. 

—¿Qué está usted insinuando?

Wharton agitó la cabeza un poco aturdido. ¿Qué estaba insinuando? ¿Que quizás Anthony Reynard había asesinado a su hermana en esta cripta de la Guerra de la Revolución? ¿Que aquí podría llegar a haber algo más siniestro que rincones tenebrosos y horrendas carboneras de hierro?

—No sé qué es lo que estoy insinuando —respondió, con calma—, sólo que tuvieron que enterrar a Janine con una prisa del demonio, y que en este momento usted está actuando de manera algo extraña. 

Durante un momento la cólera ardió luminosamente pero luego se extinguió, dejándole tan sólo desesperación y un sordo dolor.

—Déjeme solo —masculló él—. Por favor déjeme solo, señor Wharton. 

—No puedo. Tengo que saber... 

Apareció la vieja ama de llaves, con el rostro precipitándose desde la oscura caverna del vestíbulo.

—La cena está lista, señor Reynard.

—Gracias, Louise, pero no tengo hambre. ¿Tal vez el señor Wharton...?

Wharton negó con la cabeza. 

—Muy bien, entonces. Quizás piquemos algo después. 

—Como usted diga, señor. —Ella se volvió para irse.

—¿Louise?

—¿Sí, señor? 

—Venga un segundo.

Louise ingresó lentamente en el cuarto, pasándose una floja lengua por los labios durante un momento, para luego desaparecer.

—¿Señor?

—El señor Wharton parece tener algunas preguntas sobre la muerte de su hermana. ¿Podría usted contarle todo lo que sepa al respecto?

—Sí, señor —sus ojos relucieron con vivacidad—. Ella estaba limpiando, eso es. Limpiando la Habitación Oriental. Deseosa de pintarlo, estaba. Supongo que el señor Reynard, aquí presente, no estaba muy interesado porque... 

—Vé al grano, Louise —dijo Reynard con impaciencia. 

—No —saltó Wharton—. ¿Por qué él no estaba muy interesado? 

Louise miró dudosamente de uno a otro. 

—Prosigue —le pidió Reynard, resignado—. Si no lo averigua aquí lo hará en el pueblo.

—Sí, señor.—De nuevo advirtió cómo ella se relamía, apreció el ávido fruncimiento de la floja carne de su boca cuando la mujer se dispuso a relatar la preciosa historia—. Al señor Reynard no le gusta que nadie entre en la Habitación Oriental. Siempre dijo que era peligrosa. 

—¿Peligrosa? 

—Por el piso —aclaró ella—. El piso es de cristal. Es un espejo. Todo el piso es un espejo. 

Wharton se volvió hacia Reynard, sientiendo que la sangre le subía al rostro.

—¿Está queriendo decirme que la dejó subirse a una escalera de mano en un cuarto con suelo de vidrio?

—La escalera tenía asideros de goma —comenzó Reynard—. Pero ésa no fue...

—Maldito idiota  —susurró Wharton—. Maldito asesino idiota. 

—¡Le estoy diciendo que ésa no fue la razón! —gritó Reynard de repente—. ¡Yo amaba a su hermana! ¡Nadie siente más que yo el hecho de que haya muerto! ¡Pero se lo advertí! ¡Dios sabe que le advertí lo referente a aquel piso!

Wharton era oscuramente consciente de que Louise los observaba de manera ávida, recolectando chismes como una ardilla junta las nueces.

—Dígale que se marche —solicitó, con la voz pesada. 

—Sí —convino Reynard—. Váyase a cuidar la cena. 

—Sí, señor. —Renuente, Louise se encaminó al vestíbulo y las sombras se la tragaron.

—Bien —dijo Wharton en voz baja—. Me parece que tiene ciertas explicaciones que hacer, Reynard. Todo este asunto me resulta gracioso. ¿No se llevó a cabo ni siquiera una pesquisa? 

—No —respondió Reynard. Se derrumbó de golpe sobre su silla y miró sin ver hacia la penumbra del techo abovedado—. La gente de por aquí conoce todo lo referente a la... a la Habitación Oriental.

—¿Y qué hay que saber de allí? —le preguntó Wharton, tenso. 

—La Habitación Oriental trae mala suerte —explicó Reynard—. Algunas personas incluso hasta asegurarían que está maldita.

—Escúcheme —soltó Wharton de mal genio, sintiendo que el dolor le aumentaba como vapor en una tetera—, no voy a cambiar de idea, Reynard. Cada palabra que sale de su boca me obliga más y más a inspeccionar aquel cuarto. Ahora bien, ¿va a admitirlo o tendré que bajar hasta ese pueblo y...? 

—Por favor. —Algo en la callada desesperación de sus palabras hizo que Wharton alzara la vista. Por primera vez Reynard lo estaba mirando directamente a los ojos, y eran unos ojos espantados, macilentos—. Por favor, señor Wharton. Acepte mi palabra de que su hermana murió de manera natural, y márchese. ¡No quiero verlo morir! —la voz se le elevó en un lamento—. ¡No quise ver morir a nadie más!

Wharton sintió que un breve escalofrío lo recorría. Su mirada saltó de la sonriente gárgola de la chimenea hasta el busto polvoriento y de mirada vacía de Cicero en el rincón, y luego se desplazó a los extraños paneles tallados de las paredes. Y una voz sonó dentro de él: Márchate de aquí. Un millar de ojos con vida pero insensibles parecieron mirarlo desde las sombras, y la voz volvió a hablar... Márchate de aquí. 

Sólo que esta vez fue Reynard quien lo dijo. 

—Márchese de aquí —repitió—. Su hermana está más allá del cuidado y más allá de la venganza. Le doy mi palabra...

—¡Al diablo con su palabra! —lo interrumpió Wharton de golpe—; ahora mismo voy a hablar con el alguacil, Reynard. Y si el alguacil no me ayuda, iré con el comisionado del condado. Y si el comisionado del condado no me ayuda... 

—Muy bien. —Las palabras fueron como el lejano doblar de la campana de un cementerio—. Venga.

Reynard lo condujo por el vestíbulo, más allá de la cocina, a través del comedor vacío con el candelabro que recogía y reflejaba la última luz del día, y pasando la despensa, hacia la vacía pared de yeso del extremo del corredor. 

Es allí, pensó Wharton, y de repente se produjo un raro deslizamiento en el pozo que era su estómago. 

—Yo... —empezó a decir sin quererlo. 

—¿Qué? —preguntó Reynard, con la esperanza brillándole en la mirada. 

—Nada.

Se detuvieron al final del pasillo, inmóviles en las tinieblas crepusculares. No parecía haber luz eléctrica allí. Wharton pudo ver sobre el suelo la espátula para revocar, todavía húmeda, que utilizara Reynard para tapiar la puerta, y un fragmento extraviado de El Gato Negro de Poe le resonó en la mente: 

Yo había cercado al monstruo dentro de la tumba...

Reynard le entregó la espátula ciegamente.

—Haga lo que tenga que hacer, Wharton. No pienso formar parte de esto, pase  lo que pase. Me lavo las manos de lo que pueda suceder. 

Con la mano abriéndose y cerrándose sobre el mango de la espátula y cierta aprensión, Wharton contempló cómo el otro se alejaba por el pasillo. Todos los rostros, el del chiquillo de la veleta, el de la gárgola de la carbonera, el de la marchita criada, todos parecieron mezclarse y fundirse ante él, todos sonriendo por algo que él no lograba entender. Márchate de aquí...

Con una súbita y áspera maldición atacó la pared, escarbando en el suave y reciente yeso, hasta que la espátula raspó contra la puerta de la Habitación Oriental. Escarbó más allá del yeso hasta que pudo alcanzar el tirador de la puerta. Lo accionó y luego tiró de él hasta que las venas se le destacaron sobre las sienes. 

El yeso se resquebrajó, se agrietó, y finalmente se partió. La puerta giró pesadamente hasta quedar abierta, con el yeso desparramándose como una piel muerta.

Wharton fijó la vista en un charco de mercurio que destellaba débilmente. 

Parecía brillar con una luz propia en aquella etérea oscuridad, como de cuento de hadas. Wharton entró en el cuarto, esperando a medias hundirse en un fluido cálido, flexible. 

Pero el suelo era sólido.

Su propio reflejo colgaba suspendido debajo de él, unido sólo de los pies, con todo el aspecto de sostenerse de cabeza en aquel aire tenue. Hizo que se mareara por el simple hecho de mirarlo.

Lentamente, desplazó la mirada por los alrededores del cuarto. La escalera de mano todavía estaba allí, internándose en las brillantes profundidades del espejo. Advirtió que la habitación era alta. Lo suficientemente alta como para caerse y —compuso una mueca—  matarse.

Estaba rodeado de estantes de libros vacíos, todos ellos pareciendo inclinarse encima suyo en el mismísimo umbral del desequilibrio. Le agregaban un efecto distorsionante al extraño cuarto.

Se acercó a la escalera y examinó las patas. Tenían una base de goma, tal como Reynard había dicho, y parecía bastante sólida. Pero, ¿y si la escalera no había resbalado, cómo pudo caerse Janine?

De algún modo se encontró otra vez mirando fijamente a través del suelo. No, se corrigió. No a través del suelo. A través del espejo; dentro del espejo...

No se encontraba del todo parado sobre el piso, como lo había supuesto. Se equilibraba en el tenue aire, a medio camino entre el suelo y el techo idéntico, sostenido tan sólo por la estúpida idea de que estaba parado en el piso. Eso era tonto, cualquiera podría verlo, porque allí estaba el suelo, abriéndose allí abajo... 

¡Despabílate!, se gritó de repente a sí mismo. Estaba parado en el piso, y aquel otro no era más que un inofensivo reflejo del techo. Solamente sería el suelo si estuviera de pie sobre mi cabeza, y no lo estoy; mi otro yo es el que está parado sobre su cabeza...

Comenzó a sentir vértigo, y una nausea súbita le subió por la garganta. Intentó mirar más allá de las plateadas profundidades del espejo, pero no lo logró. 

La puerta... ¿dónde estaba la puerta? De repente deseó estar afuera. 

Wharton se dio vuelta torpemente, pero allí sólo estaban los estantes locamente inclinados y la escalera que se proyectaba y el horrible abismo bajo sus pies. 

—¡Reynard! —gritó—. ¡Me estoy cayendo! 

Reynard llegó corriendo, con la nausea formando ya una gris lesión gris en su corazón. Era una realidad; había vuelto a suceder.

Se detuvo frente al umbral de la puerta, mirando los gemelos siameses que se observaban uno al otro en el medio de aquella habitación de dos techos y sin ningún piso. 

—Louise —graznó alrededor de la seca pelota de vómito que se le formó en la garganta—.  Traiga el palo.

Louise surgió de la oscuridad y le alcanzó a Reynard un palo con el extremo en forma de gancho. Él lo deslizó a través del estanque de plata brillante y atrapó el cuerpo que yacía sobre el cristal. Lo arrastró despacio hacia la puerta y, cuando pudo alcanzarlo, tiró de él. Estudió la cara retorcida y suavemente le cerró los ojos de mirada fija.

—Voy a necesitar el yeso —dijo en voz baja.  

—Sí, señor.

Ella se volvió para irse, y Reynard miró hacia el cuarto, con mirada lúgubre. Se preguntó, y no por primera vez, si de verdad había un espejo allí. En la habitación, un pequeño charco de sangre se extendía sobre el suelo y en el techo, pareciendo encontrarse en el centro, sangre que colgaría allí sin ninguna prisa, y de la que uno esperaría que podría quedar goteando por siempre. 

THE GLASS FLOOR, publicado por primera vez en Startling Mystery Stories, otoño de l967. Reimpreso en Weird Tales, otoño de 1990.